No debemos dejarnos engañar por el título de Sonatina que Diabelli dio a cada una de las tres sonatas para violín y piano —o para piano con acompañamiento de violín, como rezan originalmente— de Schubert, pues por contenido musical y ambición técnica no son en absoluto menores. Janácek nos ofrece en su sonata un lenguaje absolutamente inconfundible y un eslabón en lo que será una de las producciones más personales, y en cierto modo excéntricas, de la música de ese siglo XX al que pertenece sin duda. La primera de las dos que escribiera Bartók es una obra maestra sin paliativos y un ejemplo de lo más audaz de su creación.
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