La obra de cámara de Serguéi Prokófiev ha quedado demasiado eclipsada por sus sinfonías y sus conciertos. El Cuarteto de cuerda nº 1 fue, curiosamente, un encargo de la Biblioteca del Congreso en Washington estrenado en 1931, cinco años antes de su definitivo regreso a la URSS. El primero de los Razumovski beethovenianos es una de las claves de toda su obra cuartetística y una pieza imprescindible en cualquier antología del género. El Quinteto de César Franck, por su parte, posee todos los rasgos de un compositor que irá más allá del uso recurrente de la estructura cíclica para construir un mundo expresivo de una hondura no exenta de audacia.
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