19:30
Marzo/23
Ven31
Auditorio Nacional (Cámara) | Madrid

Un elogio del vértigo y la ingravidez

Hay músicos, cada vez más, que gustan de colocar un pie en un territorio y el otro, en el adyacente. O que no acaban de asentar la pisada en ninguno de ellos, lo que los sitúa en una suerte de mágica ingravidez estilística. Perder el punto de apoyo tal vez genere desasosiego, pero también excitación. Porque el vértigo puede resultar francamente desaconsejable, si bien en las dosis justas provoca un cosquilleo que rara vez sentiremos si todo transcurre bajo los dictados de la previsibilidad.

Mucho de lo así referido es lo que les sucede a los músicos participantes en Fronteras. Son creadores que nunca se han sentido cómodos en una filiación artística sin fisuras, construida sólo a partir de principios inamovibles y sacrosantos. Por eso han decidido asumir riesgos, añadir a sus fórmulas magistrales unos cuantos principios activos propiciatorios del vértigo y la ingravidez. Puede que la ausencia de coordenadas les haya propiciado, en momentos de monólogo interior, esa sequedad bucal que suele acompañar a los sudores fríos. Pero ¿quién no ha sentido, ya desde niño, esa exaltación del que en la encrucijada acaba decantándose por el camino sobre el que no hay ni rastro de huellas?

Una temporada más, Fronteras emerge como el ciclo del que se sirve el Centro Nacional de Difusión Musical para promover disidencias y heterodoxias. Es el instrumento propicio para la travesura, para aquellos artistas cuya presencia en un escenario habitualmente destinado a las músicas más cultas y seculares sólo se concibe desde una perspectiva tangencial. Pero evitar la mirada frontal sobre la creación permite un enfoque más rico, sorprendente y lleno de matices, más expuesto al destello inesperado. Y eso es lo que les ocurre a los ocho protagonistas de esta programación.

Después de tantos zarandeos anímicos, cancelaciones logísticas y demás zozobras pandémicas, ésta será al fin la ocasión para el reencuentro con Philip Glass, uno de esos compositores sin los que el siglo XX resultaría cabalmente indescifrable; un ejemplo de obra audaz y comprometida con su firmante y circunstancias, aunque acaba trascendiendo lo generacional y hasta lo sociológico. Todos hemos escuchado a Glass, por azar o a conciencia. Y a todos nos ha acabado conmocionando una partitura como Koyaanisqatsi, ante la cual sólo cabe anotar justo uno de los términos que anotábamos en la cabecera: vértigo. En esta ocasión, lo asumirá en una alianza imbatible el Collegium Vocale Gent, Ictus Ensemble y Suzanne Vega en un concierto dramatizado de Einstein on the beach, primera ópera de Glass, en una de las bazas vertebradoras de esta temporada.

También reconforta constatar la buena salud en los vasos comunicantes ibéricos, en tiempos obstruidos por absurdos recelos o inercias displicentes. Por fortuna, ahora somos cada vez más sabedores de que nuestros vecinos de la franja atlántica llegaron a la faz de este planeta atribulado con la bendición de la sensibilidad y la exquisitez tímbrica en el ADN. Dulce Pontes es una vieja conocida por estos lares con la que siempre entran ganas de favorecer el reencuentro. Cuesta aceptar que la nuestra sea una relación que ha superado ya (¡tempus fugit!) la tercera década, pero créanselo. La complicidad con António Zambujo es un poco más reciente, aunque no menos sólida. En ambos casos, el calor de la familiaridad se enriquece con su querencia por la evolución. Y que sigan los dioses librándonos de los inmovilismos.

A este lado de la geografía peninsular, la representación les corresponde al cantante y filósofo Juan Perro/Santiago Auserón —que aúna el pedigrí pop con el análisis docto y una curiosidad insaciable— y a la cantaora Argentina, una de esas mujeres jóvenes que no paran de insuflarle nueva vida al filón ilimitado de la ciencia flamenca. Pero también a Carles Magraner, que en siete lustros al frente de su Capella de Ministrers no ha dejado de aportar buenos argumentos para enamorarse de varios siglos de tradición musical española. Y de conseguir que las piezas con las que bailaron y se emocionaron los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos suenen del todo vigentes.

Y aún nos quedan el minimalismo bello y ensimismado de Federico Albanese o el acordeón siempre intrépido de otro curioso impenitente, Richard Galliano, para seguir preguntándonos, en vano, por etiquetas estilísticas. No nos esforcemos en buscar respuestas: sólo en disfrutar, cual aprendices de astronautas, de que nuestros pies carezcan de certezas sobre el territorio que andan pisando.

 

Fernando Neira


CNDM

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